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Río Secreto

Un viaje al centro de la Tierra

A unos 20 minutos de Playa del Carmen y 40 minutos de Cancún, conocí una de las grandes obras de la naturaleza: Río Secreto, una gruta subterránea que parece el mismísimo recinto de los antiguos espíritus mayas.

El día estuvo perfecto en la Riviera Maya para una aventura en aquél palacio subterráneo de ríos azules, formaciones brillantes como diamantes, y el suspiro silencioso de la Madre Tierra. Olvidaría cualquier pensamiento que pudiera provocarme ansiedad, quería ser parte de la naturaleza y entenderla.

Después de una caminata de 20 minutos a través de la selva, llegamos a una explanada.  Un guía nos dio la bienvenida y nos proporcionó el equipo necesario para garantizar nuestra seguridad y comodidad. Para descender al Río Secreto, no se requiere de mucho: Un casco con linterna, un traje de neopreno y unos zapatos antiderrapantes.

Vimos entonces un pequeño orificio en el suelo que parecía no tener fondo.  Descendimos unos cuantos metros hasta llegar a una cámara que parecía la entrada del centro de la tierra. Nos sentamos sobre algunas rocas, con tanto cuidado como si estuvieran hechas de cristal, y así evitar cualquier daño a este espacio tan perfectamente diseñado por la mano del Creador.

Percibíamos de vez en cuando algunos aleteos de murciélagos sobre nuestras cabezas y olíamos el resultado de una mezcla de humedad y pureza, mientras escuchábamos atentos la explicación del delicado proceso de formación de grutas como esa.

No pudimos contener nuestro asombro al ver la primera de las tantas galerías que esconde el subsuelo. El suelo es de un blanco aperlado por la cantidad de calcio que almacena, y está cubierto por agua tan cristalina que ni siquiera se distingue el punto exacto donde termina el área seca. Sus senderos no son peligrosos ni profundos, muy rápido te haces parte de este mundo transparente y místico.

Parece que algunas formaciones estuvieran salpicadas con polvo de estrellas y que el agua de los cenotes fuera realmente sagrada. El explorador de Río Secreto fue muy atinado al decir que el lugar que por breves momentos nos pertenecía, era un “atajo a la luna, una joyería de plata y oro”.

Estábamos en un lugar más allá de la tierra, o mejor dicho, muy dentro de ella. Por momentos escuchábamos el respiro del planeta, el sonido de las goteras naturales, ecos profundos que llenaban nuestra mente de paz. Después vimos un ojo de luz no muy lejos de la última galería, sabíamos que nos dirigíamos de nuevo a la superficie.

Al final de esta mágica travesía, cuando los rayos de sol volvían a calentarnos lentamente, de tanto oxígeno que había llenado nuestro pulmones distinguimos el aroma de cada ser vivo, inhalábamos al mismo tiempo que nuestra amada Tierra y que todo lo que en ella respira; y de tantos tonos satinados y blancos, percibimos con agudeza los mil verdes de todo lo que nos rodeaba.